El escritor Julián Sancha (Fotografía: José Félix Sánchez)

Hoy hablamos con Julián Sancha (Cádiz, 1988), autor del libro de relatos Siluetas, publicado el año pasado por Ediciones en Huida. El éxito de acogida fue tal que celebramos ahora la aparición de la segunda edición en la misma editorial, que incorpora un prólogo de mi autoría.

En Siluetas, Julián Sancha disecciona concienzudamente su universo a través del filtro sereno del observador, con la luz sugestiva y crepuscular del poeta. Reflexiona desde la distancia, pero sin alejarse del tiempo que le ha tocado vivir. Entre una variada serie de cuestiones –la familia, la muerte, la incertidumbre–, se alzan dos grandes temas universales: el amor y la literatura. El primero no podría entenderse sin el segundo y viceversa. Las “siluetas” se desarrollan en esa dimensión invisible entre realidad e irrealidad a la que no alcanza la linterna de la razón.  

Julián es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y ha vivido en varios países. Ha publicado muestras de su obra narrativa y poética en diversas antologías y revistas, como Maremágnum y Cuadernos de Humo. Este año, ha resultado finalista en el Premio de Poesía Valparaíso.

Cubierta de la obra publicada en Ediciones en Huida

Marina – ¿Cómo surgió Siluetas?

JuliánSiluetas surgió, como todo lo mejor de este mundo, en una borrachera en Lisboa. Realmente ahí se concretó (sobre todo su título), pero ya había cobrado espacio en mi mente mucho antes. En el año 2018, cuando me hallaba en una estancia en Madrid para recolectar corpus de mi tesis doctoral, una noche de fiebre me sirvió para entender que el libro no sería libro hasta que compilara una serie de cuentos y reflexiones o textos de corte más ensayístico que pudieran orbitar en torno a un mismo «enigma existencial». En el libro están los que consideré mejores a lo largo de los últimos años de escritura. Empecé a escribir cuentos con ocho años (todos llenos de faltas de ortografía pero con una imaginación que ahora envidiaría). Todavía los conservo, junto a poemas y algunas cuartillas con purpurina (cosas de la infancia que ya nunca volverán en la era digital…). Por eso siempre digo que yo no «escribí un libro», ni me gusta apodarme (o que me apoden) como «escritor», «poeta», «cuentista»… Creo que el etiquetado, excepto en los alimentos del súper, sirven para empobrecer la única herramienta que tenemos para embellecernos, la única que sirve para hacer más grande nuestros gestos y nuestras gestas más allá de nuestra condición fisiológica como humanos. Por tanto, simplemente escribo. Elegí «escribir» (también dibujaba cuando era pequeño, o inventaba «juegos»…), pero lo que me fascinó desde mis más tiernos años es el fenómeno de la «creación» en sí como concepto. Me abruma todavía entender cómo funciona todo esto, el proceso creativo, en definitiva, el cómo uno súbitamente sale de la nada con el coraje para afrontar y componer Let it be o escribir el Quijote, por ejemplo. Lo que intenté siempre con los cuentos y con todo lo que escribo, me parece, es acercarme a esa «pregunta» detrás de todo lo creado: ¿qué es, dónde está y por qué existe? ¿Por qué iba a ser yo más real que el personaje de una novela o la persona sobre la que alguien me contó algo y no conozco? Además, el creador es el que menos importa, aunque tenga su propia vida y unas condiciones concretas y materiales que lo conducen a «hacer» eso con sus manos y su mente; en realidad, la obra, cualquiera, se trate de un cuadro o un libro, siempre cobra sentido a través del que lo recibe y lo interpreta. Por ello, me parece, en Siluetas hay mucho de esa obsesión por acercarse a la génesis de la creación, al juego constante con la metaliteratura… Si alguna persona comparte esta misma obsesión o se hace estas preguntas, creo que se identificará con el libro, que en realidad ya no es «mío», sino de cualquiera que lo lea.

M – ¿Cómo es la estructura de la obra?

J – Es un libro híbrido: de un lado, la primera parte, la principal, son las «siluetas», que así vienen numeradas consecutivamente y aparecen en un índice final, que son los cuentos; de otro lado, la segunda parte son pequeños textos más ensayísticos que van engarzándose e intermezclándose con las siluetas, con los relatos. De algún modo, esa segunda parte se podría asemejar al preludio en una orquesta o al telonero de un concierto, si se me permite la analogía… Y sin embargo, encontré lectores a los que les fascinó más esta parte de «notas» que la anterior, y viceversa, y también están aquellos que entendieron y disfrutaron del conjunto. Además, aunque el libro tiene un orden, se podría leer de forma desordenada ya que el conjunto en sí mismo se adentraría en lo que podríamos llamar una «literatura fragmentada», en un dietario y una antología de cuentos. Al final el libro no tiene más pretensión que la de establecer preguntas, las que el mismo lector decida y quiera, y por ello mismo el orden no importa.

M – La obra está plagada de referencias culturales; se aprecia un “fondo de armario” muy amplio. ¿Qué influencias consideras más importantes?

J – Bueno, supongo que son las que me acompañaron asimismo a lo largo de mi vida, a través de las lecturas y los años. No soy «de listas», pero te puedo decir que dentro del mismo aparecen todos aquellos autores que han dejado huellitas permanentes en mí como Cervantes, Kafka o Cortázar, y tantos otros. Sin embargo, no es lo único, es solo la punta del iceberg. Hay una parte muy «ensayística» dentro del texto, tal vez incluso académica, que entiendo que pueda haber lectores a los que despiste; sin embargo, a mí me pareció pertinente en el sentido de lo que decía antes, no porque el lector no sepa «leer» por sí solo, sino porque me pareció interesante ese juego de estar permanentemente rompiendo la cuarta pared, donde el «director de orquesta» (que podría ser alguien diferente a la persona que lo ha escrito) estaría probando o ensayando sobre diferentes notas, acordes y músicas antes de que comenzara la función. Si alguien las considera prescindibles, puede sencillamente saltárselas y leer los cuentos. El libro tiene esa parte bastante ensayística que podría asemejarse un poco a una clase magistral de literatura, y supongo que esto tal vez venga influenciado también por mi labor como docente… o a mi placer por el ensayo.

M – Los matices y la originalidad que presentan los personajes es otro de los puntos fuertes de la obra. ¿Qué proceso sueles seguir para crearlos?

J – Creo que nunca he pensado en ello. Realmente no los conozco hasta que, valga la redundancia, los voy conociendo. Creo que, como pasará (supongo) con los hijos, ellos «se hacen a sí mismos» por el camino, y tú solo los guías, los diriges… Si los personajes son, en definitiva, un crisol de todo lo que has sido tú en tu vida o lo que también lo ha sido la gente que te rodea, quiero entender que en muchos de ellos hay mucho de toda la gente que ha dejado esa huella indeleble en mi vida, para mal o para bien… O sea, no sigo ningún proceso. Creo que eso los mataría antes de que estén «vivos».

M – Hablemos del género. ¿Qué crees que aporta el cuento o relato breve? ¿Por qué lo elegiste?

J – Vivimos del «atracón» de novelas, lo que creo que también ha hecho mucho daño a la literatura como «arte», tal vez por injerencias del mercado… Autores que intentan escribir más de cien páginas porque una editorial lo «exige» o porque tiene la sensación de que, si no, «se quedaría corto», o porque si lo hace así encajará en uno u otro género… Creo que nunca entendí muy bien esto, porque además yo nunca he escrito con un fin decidido. Quiero decir, que siempre que escribí lo hice hasta que mi mente me dijo «basta», en el sentido de que ya estaba dicho lo que quería decir. Solo luego, en última instancia, me doy cuenta de si «eso» pertenece a un poema, un cuento, un relato largo, un ensayo u otra cosa. Por tanto, déjame pecar de «romántico» una vez más, creo que yo no elegí nunca hacer cuentos, sino que ellos me eligieron a mí. De algún modo, pienso que la literatura breve, precisamente por su necesidad de ser precisa, evita (o tiende a evitar) el exceso, lo innecesario, la búsqueda permanente por la «palabra exacta de las cosas»… lo que también, a diferencia de lo que se piensa, posiblemente haga al cuento o al relato breve un género más difícil, en según qué casos, de componer. Tengo la sensación de que crear fatiga, impacto, sorpresa, incertidumbre, temor, amor… o inspirar tanto lo salvaje como lo siniestro en cualquier lector, debe ser más complejo cuantas menos páginas presente un texto. Pero tampoco estoy cien por cien seguro de esto.

M – Por último, una pregunta atrevida: si tuvieras que elegir un relato, ¿cuál sería y por qué?

J – Detesto estas preguntas e intuyo que lo sabes y por eso lo has dejado para el final… Y como quedaría fatal que no la respondiese, voy a hacerlo. Tal vez sea la primera y la última vez que responda de manera exacta este tipo de preguntas. Hace mucho tiempo que lo leí y tal vez hoy día no pensaría lo mismo, pero durante mucho tiempo me tuvo en vilo y pensando un relato de Edgar Allan Poe titulado «El gato negro», posiblemente por los escalofríos a los que me condujo, lo que tal vez sea una de las cosas más difíciles de la literatura. Esto, en el sentido de lo que este arte debe brindar al que lee en dosis de asombro y emoción, está todo ahí. Ahora bien, en cuanto a la construcción de un cuento perfecto… pienso desde hace muchos años (y cuanto más lo leo más me convenzo de ello) que esto puede encontrarse en un pequeño relato de corte maravilloso que descubrí en una antología de literatura fantástica compilada por Borges, Casares y Ocampo. El texto se titula «Sennin» y está firmado por un escritor japonés el cual, hasta leer aquel texto, no tuve el gusto de conocer: Ryunosuke Agutagawa. Creo que ese cuento, desde la primera letra al último punto, condensa todo lo que se le debería pedir a un buen cuento y, una vez más, habla de la esencia primaria de la literatura, que no es otra que la de hacernos posible lo imposible, que, en fin, la de hacernos más fuertes.

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