Lorca y Dalí: una amistad con pocas luces y muchas sombras

Durante muchísimo tiempo he pensado que Dalí y Lorca eran una suerte de pareja platónica, el meme (entendido aquí como sinónimo de Idea, de concepto) encarnado de la amistad pura. Exposiciones, libros, charlas avalan esta concepción que no sé si es del todo cierta.

Ambos artistas se conocieron en La Residencia de Estudiantes y enseguida entablaron, amistad, esto es algo innegable. Incluso mantuvieron cierto flirteo. De Lorca se dice que se enamoró profundamente del pintor. Si leemos la relación epistolar que mantuvieron durante años, comprobaremos que este «amor» era compartido por ambos, aunque siempre platónico, siempre intelectual. Se entendería aquí, en lo reflejado en las conversaciones los celos de Gala, que llegó a romper algunas de las cartas.

Durante 1927 la intensidad de las emociones vertidas en las cartas llegó a su máximo punto. Dalí le hablaba como hermano, se despedía como su hijo. Está claro, cristalino, que durante muchísimos años su amistad fue buena, necio es aquel que lo dude. Pero toda historia para entenderla debe contarse completa.

Mario Hernández, un experto en la vida y obra de Lorca, señala que: «En el último momento había sucedido algo en Cadaqués, durante el mes de julio, que había enturbiado o puesto una nube en la íntima relación con el amigo». Años después Salvador Dalí le explicaba qué era aquello que pasó a Max Aub, durante una charla para la investigación que llevaba este a cabo para la realización de una novela sobre Buñuel. «Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en admiración».  No entraré en debates sobre orientaciones sexuales, pero si no hay interés en Dalí en ser sodomizado por Lorca ¿Por qué hubo segunda vez? Si tan amigo había sido como se afirma ¿Por qué cuenta tal intimidad, intentando ridiculizar nuevamente al escritor granaino?

Fue en 1928 cuando la relación  se comenzase a enturbiar, gracias a la presencia del cineasta Buñuel. Lorca, ante la insistencia de Dalí, le lee la obra de teatro que acaba de componer, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín.  Buñuel lo interrumpe diciendo «Basta, Federico. Es una mierda» y Dalí se une: «Buñuel tiene razón. Es una mierda». Sin lugar a duda, uno de los motivos por los que el pintor y el poeta se separaran fue el cineasta. Tras la creación de Un Perro Andaluz Lorca se sintió profundamente ofendido al verse reflejado en dicha película. «Buñuel ha hecho una mierdecita así de pequeñita que se llama Un perro andaluz y el perro andaluz soy yo», cuenta el ensayista Ángel del Río.

Cuando hablan sobre la idílica relación que mantenían Federico García Lorca y Salvador Dalí recuerdo un artículo que escribió Juan Carlos Delgado en ABC. En este texto dice:

“Sexualmente, «El club de los execrables» cuenta anécdotas de variado tipo, sobre todo respecto a su relación sin contacto con Gala, con la que pactó que tuviera amantes pero que le dejara verla porque eso era lo que le excitaba, pero queremos señalar sobre todo la jugada desleal que le hizo a Federico García Lorca. Este quería mantener una relación sexual con él, pero antes Dalí le exigió que antes tuviera relaciones con Margarita Manso y él estaría allí presenciándolo (como con Gala pero antes). Lorca cumplió su parte pero Dalí nunca se acabó acostando con el granadino”

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Siempre me ha dado la impresión de que la relación de amor era pura para Lorca, pero Dali solo se dejaba querer.

Tanto Buñuel como Dalí mantuvieron  hasta sus últimos días el  arrepentimiento por el trato a su compañero, Ian Gibson menciona en múltiples entrevistas que ambos pensaron en Lorca hasta sus suspiros finales. Los remordimientos son los últimos en marcharse cuando expiramos. Que eran amigos es absurdo negarlo, como ya mencioné anteriormente, pero hablar de la amistad de Dali y Lorca como el ejemplo de la amistad perfecta o del amor prohibido es más absurdo aún.

Entrevista a Julián Sancha, autor de «Siluetas»

El escritor Julián Sancha (Fotografía: José Félix Sánchez)

Hoy hablamos con Julián Sancha (Cádiz, 1988), autor del libro de relatos Siluetas, publicado el año pasado por Ediciones en Huida. El éxito de acogida fue tal que celebramos ahora la aparición de la segunda edición en la misma editorial, que incorpora un prólogo de mi autoría.

En Siluetas, Julián Sancha disecciona concienzudamente su universo a través del filtro sereno del observador, con la luz sugestiva y crepuscular del poeta. Reflexiona desde la distancia, pero sin alejarse del tiempo que le ha tocado vivir. Entre una variada serie de cuestiones –la familia, la muerte, la incertidumbre–, se alzan dos grandes temas universales: el amor y la literatura. El primero no podría entenderse sin el segundo y viceversa. Las “siluetas” se desarrollan en esa dimensión invisible entre realidad e irrealidad a la que no alcanza la linterna de la razón.  

Julián es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y ha vivido en varios países. Ha publicado muestras de su obra narrativa y poética en diversas antologías y revistas, como Maremágnum y Cuadernos de Humo. Este año, ha resultado finalista en el Premio de Poesía Valparaíso.

Cubierta de la obra publicada en Ediciones en Huida

Marina – ¿Cómo surgió Siluetas?

JuliánSiluetas surgió, como todo lo mejor de este mundo, en una borrachera en Lisboa. Realmente ahí se concretó (sobre todo su título), pero ya había cobrado espacio en mi mente mucho antes. En el año 2018, cuando me hallaba en una estancia en Madrid para recolectar corpus de mi tesis doctoral, una noche de fiebre me sirvió para entender que el libro no sería libro hasta que compilara una serie de cuentos y reflexiones o textos de corte más ensayístico que pudieran orbitar en torno a un mismo «enigma existencial». En el libro están los que consideré mejores a lo largo de los últimos años de escritura. Empecé a escribir cuentos con ocho años (todos llenos de faltas de ortografía pero con una imaginación que ahora envidiaría). Todavía los conservo, junto a poemas y algunas cuartillas con purpurina (cosas de la infancia que ya nunca volverán en la era digital…). Por eso siempre digo que yo no «escribí un libro», ni me gusta apodarme (o que me apoden) como «escritor», «poeta», «cuentista»… Creo que el etiquetado, excepto en los alimentos del súper, sirven para empobrecer la única herramienta que tenemos para embellecernos, la única que sirve para hacer más grande nuestros gestos y nuestras gestas más allá de nuestra condición fisiológica como humanos. Por tanto, simplemente escribo. Elegí «escribir» (también dibujaba cuando era pequeño, o inventaba «juegos»…), pero lo que me fascinó desde mis más tiernos años es el fenómeno de la «creación» en sí como concepto. Me abruma todavía entender cómo funciona todo esto, el proceso creativo, en definitiva, el cómo uno súbitamente sale de la nada con el coraje para afrontar y componer Let it be o escribir el Quijote, por ejemplo. Lo que intenté siempre con los cuentos y con todo lo que escribo, me parece, es acercarme a esa «pregunta» detrás de todo lo creado: ¿qué es, dónde está y por qué existe? ¿Por qué iba a ser yo más real que el personaje de una novela o la persona sobre la que alguien me contó algo y no conozco? Además, el creador es el que menos importa, aunque tenga su propia vida y unas condiciones concretas y materiales que lo conducen a «hacer» eso con sus manos y su mente; en realidad, la obra, cualquiera, se trate de un cuadro o un libro, siempre cobra sentido a través del que lo recibe y lo interpreta. Por ello, me parece, en Siluetas hay mucho de esa obsesión por acercarse a la génesis de la creación, al juego constante con la metaliteratura… Si alguna persona comparte esta misma obsesión o se hace estas preguntas, creo que se identificará con el libro, que en realidad ya no es «mío», sino de cualquiera que lo lea.

M – ¿Cómo es la estructura de la obra?

J – Es un libro híbrido: de un lado, la primera parte, la principal, son las «siluetas», que así vienen numeradas consecutivamente y aparecen en un índice final, que son los cuentos; de otro lado, la segunda parte son pequeños textos más ensayísticos que van engarzándose e intermezclándose con las siluetas, con los relatos. De algún modo, esa segunda parte se podría asemejar al preludio en una orquesta o al telonero de un concierto, si se me permite la analogía… Y sin embargo, encontré lectores a los que les fascinó más esta parte de «notas» que la anterior, y viceversa, y también están aquellos que entendieron y disfrutaron del conjunto. Además, aunque el libro tiene un orden, se podría leer de forma desordenada ya que el conjunto en sí mismo se adentraría en lo que podríamos llamar una «literatura fragmentada», en un dietario y una antología de cuentos. Al final el libro no tiene más pretensión que la de establecer preguntas, las que el mismo lector decida y quiera, y por ello mismo el orden no importa.

M – La obra está plagada de referencias culturales; se aprecia un “fondo de armario” muy amplio. ¿Qué influencias consideras más importantes?

J – Bueno, supongo que son las que me acompañaron asimismo a lo largo de mi vida, a través de las lecturas y los años. No soy «de listas», pero te puedo decir que dentro del mismo aparecen todos aquellos autores que han dejado huellitas permanentes en mí como Cervantes, Kafka o Cortázar, y tantos otros. Sin embargo, no es lo único, es solo la punta del iceberg. Hay una parte muy «ensayística» dentro del texto, tal vez incluso académica, que entiendo que pueda haber lectores a los que despiste; sin embargo, a mí me pareció pertinente en el sentido de lo que decía antes, no porque el lector no sepa «leer» por sí solo, sino porque me pareció interesante ese juego de estar permanentemente rompiendo la cuarta pared, donde el «director de orquesta» (que podría ser alguien diferente a la persona que lo ha escrito) estaría probando o ensayando sobre diferentes notas, acordes y músicas antes de que comenzara la función. Si alguien las considera prescindibles, puede sencillamente saltárselas y leer los cuentos. El libro tiene esa parte bastante ensayística que podría asemejarse un poco a una clase magistral de literatura, y supongo que esto tal vez venga influenciado también por mi labor como docente… o a mi placer por el ensayo.

M – Los matices y la originalidad que presentan los personajes es otro de los puntos fuertes de la obra. ¿Qué proceso sueles seguir para crearlos?

J – Creo que nunca he pensado en ello. Realmente no los conozco hasta que, valga la redundancia, los voy conociendo. Creo que, como pasará (supongo) con los hijos, ellos «se hacen a sí mismos» por el camino, y tú solo los guías, los diriges… Si los personajes son, en definitiva, un crisol de todo lo que has sido tú en tu vida o lo que también lo ha sido la gente que te rodea, quiero entender que en muchos de ellos hay mucho de toda la gente que ha dejado esa huella indeleble en mi vida, para mal o para bien… O sea, no sigo ningún proceso. Creo que eso los mataría antes de que estén «vivos».

M – Hablemos del género. ¿Qué crees que aporta el cuento o relato breve? ¿Por qué lo elegiste?

J – Vivimos del «atracón» de novelas, lo que creo que también ha hecho mucho daño a la literatura como «arte», tal vez por injerencias del mercado… Autores que intentan escribir más de cien páginas porque una editorial lo «exige» o porque tiene la sensación de que, si no, «se quedaría corto», o porque si lo hace así encajará en uno u otro género… Creo que nunca entendí muy bien esto, porque además yo nunca he escrito con un fin decidido. Quiero decir, que siempre que escribí lo hice hasta que mi mente me dijo «basta», en el sentido de que ya estaba dicho lo que quería decir. Solo luego, en última instancia, me doy cuenta de si «eso» pertenece a un poema, un cuento, un relato largo, un ensayo u otra cosa. Por tanto, déjame pecar de «romántico» una vez más, creo que yo no elegí nunca hacer cuentos, sino que ellos me eligieron a mí. De algún modo, pienso que la literatura breve, precisamente por su necesidad de ser precisa, evita (o tiende a evitar) el exceso, lo innecesario, la búsqueda permanente por la «palabra exacta de las cosas»… lo que también, a diferencia de lo que se piensa, posiblemente haga al cuento o al relato breve un género más difícil, en según qué casos, de componer. Tengo la sensación de que crear fatiga, impacto, sorpresa, incertidumbre, temor, amor… o inspirar tanto lo salvaje como lo siniestro en cualquier lector, debe ser más complejo cuantas menos páginas presente un texto. Pero tampoco estoy cien por cien seguro de esto.

M – Por último, una pregunta atrevida: si tuvieras que elegir un relato, ¿cuál sería y por qué?

J – Detesto estas preguntas e intuyo que lo sabes y por eso lo has dejado para el final… Y como quedaría fatal que no la respondiese, voy a hacerlo. Tal vez sea la primera y la última vez que responda de manera exacta este tipo de preguntas. Hace mucho tiempo que lo leí y tal vez hoy día no pensaría lo mismo, pero durante mucho tiempo me tuvo en vilo y pensando un relato de Edgar Allan Poe titulado «El gato negro», posiblemente por los escalofríos a los que me condujo, lo que tal vez sea una de las cosas más difíciles de la literatura. Esto, en el sentido de lo que este arte debe brindar al que lee en dosis de asombro y emoción, está todo ahí. Ahora bien, en cuanto a la construcción de un cuento perfecto… pienso desde hace muchos años (y cuanto más lo leo más me convenzo de ello) que esto puede encontrarse en un pequeño relato de corte maravilloso que descubrí en una antología de literatura fantástica compilada por Borges, Casares y Ocampo. El texto se titula «Sennin» y está firmado por un escritor japonés el cual, hasta leer aquel texto, no tuve el gusto de conocer: Ryunosuke Agutagawa. Creo que ese cuento, desde la primera letra al último punto, condensa todo lo que se le debería pedir a un buen cuento y, una vez más, habla de la esencia primaria de la literatura, que no es otra que la de hacernos posible lo imposible, que, en fin, la de hacernos más fuertes.

Antonio Machado- Los Bardos

Leonor y Guiomar: Las dos musas de Antonio Machado

En el mundo de la literatura las musas son vistas como el motor de la obra, una brisa de inspiración azulada que entra por la ventana en mitad de la noche e impregna al artista mientras sus largos cabellos descuidados danzan con el viento. En la mayoría de los casos, estas musas son personas reales, con nombres reales o inventados, pero de carne y hueso. No hace falta mencionar nombres como Gala para Dalí, Lee Miller para el fundador de la revista Vogue y Guiomar para Antonio Machado, entre otras. Es algo muy romántico pensar que tu pareja te inspira de tal manera que llega a formar parte de tu obra. Es bastante romántico hasta que se empieza a investigar los claroscuros del asunto.

Uno de estos artistas en los que la musa forma parte intrínseca de su obra es el poeta Antonio Machado. En este caso, aparecen dos musas, muy distantes entre ellas. Pero hay algo que comparten Leonor y Guiomar. Sus historias con el poeta están marcadas por unas relaciones algo extrañas, que han dado a rumores y desmentidos.

Leonor Izquierdo Cuevas

Sobrina de Concha Cuevas, dueña de la casa de huéspedes donde se queda Antonio en su estancia en Soria. Tiene 13 años cuando se conocen. Dos años después se casan. Una boda sumamente triste para Antonio. En la vida pondré en duda el amor, pero que Machado contase con 32 primaveras es, cuanto menos, extraño.

La tía de Leonor dice de su sobrina: «De talla, mediana; el cabello, castaño, un poco ondulado; no se ponía afeites: una niña…».

Leonor muere poco después de la boda, le diagnostican tuberculosis en un viaje a París. Según Machado la enfermedad llegó «como un rayo en plena felicidad». Antonio queda destrozado tras la muerte y dice que nunca más volverá a enamorarse. Durante bastante tiempo, escribe mucho y muy triste. Leonor está presente en su obra como musa, como dolor permanente. Se le arrebató la felicidad cuando esta iniciaba. Esto sigue así hasta que aparece en la vida del poeta Pilar de Valderrama, más conocida como Guiomar. Es en este momento donde comienza lo extraño, lo oscuro.

Pilar de Valderrama – Guiomar

Escritora que acude a Segovia para conocer al poeta. Pilar estaba casada con un señor que le ponía los cuernos cuando podía. Tenían dos hijos. Cristiana convencida, de derechas y pudiente, nada que ver con el republicano Antonio.

Justo antes del viaje de Pilar a Segovia, su marido le reconoce que una chica se había suicidado por él. En cuanto Machado posa sus ojos en ella queda completamente enamorado.

Este amor es correspondido por la admiración que Pilar tiene por Antonio, pero deja constancia de que por debajo de las enaguas ni el abanicar de una paloma. Y Antonio da su beneplácito. La relación queda en secreto, nadie conoce la relación que mantienen ambos. Solo los camareros del Café Gijón, donde se encuentran y la familia de Antonio, que no ve con buenos ojos dicha relación.

El 1 de diciembre de 1981 Pilar de Valderrama pública Sí, Yo soy Guiomar.  Donde se deja constancia del tipo de relación que mantenían los dos escritores. En la biografía de Pilar, esta le pide que elimine todas las cartas.

En las cartas que se mandan, Antonio se dirige a ella como:

  • Mi diosa.
  • Reina.
  • Gloria mía.

Llega a decir, incluso, que conoce el amor porque ella llega a su vida, lo que sentía por Leonor era solo una sombra de amor. Hasta aquí podemos entender que el amor de Machado por su musa era intenso, pero lo que llegaba a sentir Antonio era más una obsesión por lo que podemos vislumbrar en una de las escenas reflejada en las cartas.

Cuando Machado viajaba a Madrid, donde vivía Pilar, se agazapaba en los arbustos que estaban enfrente del ventanal de la casa de Pilar. Ahí se quedaba hasta que la veía pasar. Pilar le exige al poeta que deje de hacerlo, que van a descubrirlos.

Las musas, como hablábamos anteriormente son personas reales que dejan huella en los artistas que las escogen, indistintamente del sexo de estas musas y de sus artistas. No dejan de ser de carne, de sentimientos y, por lo tanto, también sujetas a posibles relaciones tóxicas.

Capturando las nubes de Guillermo Marco

Guillermo Marco y Javier Martínez Ruiz presentando Otras nubes en La Casa Encendida

Hace casi un año que los Bardos presentamos nuestra Antología. Llovía en Madrid y la biblioteca de La Casa Encendida se hallaba abarrotada de amigos, familiares y admiradores. Era nuestra “puesta de largo”. Casi un año más tarde, algunos bardos regresamos al mismo lugar para acompañar a Guillermo Marco en la presentación de su primer poemario, Otras nubes, con el que ha obtenido un accésit del 72º Premio Adonáis de Poesía, la misma edición en la que yo quedé finalista y gracias a la cual pude conocerlo.

Guillermo ha sido el último bardo en incorporarse al equipo, cuando nadie esperaba ya nuevas incorporaciones. Fue algo rápido y casi espontáneo, como si hubiera sido bardo desde hace mucho tiempo y anduviera por ahí perdido, esperando que lo encontráramos. En la primera reunión a la que asistió, nos sorprendió con una serie de poemas cortos, profundamente reflexivos, que ahondaban en su cotidianidad dejando ingeniosos flecos de existencialismo, muy a la manera de la Generación del 50. Tras aquella primera reunión, supimos que ya era parte del grupo.

El caso es que cuando volvimos a La Casa Encendida el pasado jueves 28 no llovía en Madrid, pero la biblioteca se hallaba igualmente abarrotada. Publicar un primer libro es algo muy especial, una especie de comunión pagana en la que de repente es posible reunir a personas de ámbitos muy distintos, personas que nunca esperarías ver en la misma sala, unidas por su ilusión para con el nuevo vate. Presentaba el evento el filólogo Javier Martínez Ruiz, profesor de Guillermo en el instituto Duque de Rivas, que le descubrió a uno de sus grandes referentes poéticos: Claudio Rodríguez.

Portada de la obra Otras nubes, de Guillermo Marco

Tras su fructífera intervención, en la que destacó el don de palabra de su ex alumno y la profundidad de sus versos, llegó el turno del propio Guillermo, que hizo las delicias del auditorio con un recital corto y hondo, como su poesía, amenizando la lectura de poemas con comentarios acerca de su génesis, comentarios que también retrataban fragmentos de su vida, sus sueños, sus recuerdos; porque, como él mismo confesó, la poesía refleja la personalidad del propio poeta. Aunque no está de acuerdo con la idea de la poesía como instrumento terapéutico o recipiente de victimismos, sostiene que la experiencia vital resulta fundamental como base desde la que partir, elevando lo cotidiano a un plano casi metafísico, tejiendo una red de sabiduría inocente y precisa. Así, en los poemas de Otras nubes aparecen sus padres, su hermana y su abuela, sus “antiguas novias” –a las que siempre recuerda sonriendo– y una anónima panadera de Puerta de Arganda. Pero también un limonero, un taxi que no se detiene y una librería que casi posee vida, que ha dado forma a su infancia y adolescencia. También “los otros Guillermos” que, como heterónimos de Pessoa, se pasean por el libro: el que debe volver, el violonchelista y el pastor, el que se ha quedado anclado en la infancia, en su pueblo. Todos estos personajes vivos –incluso los materiales–, reales y ficticios a un tiempo, ayudan a componer esa red de observaciones, de anotaciones en el diario vital, de sabiduría espontánea y limpia.

Guillermo sorprende por su vasta cultura a pesar de su juventud ­–nació en 1997– y su capacidad para conectar la poesía con entornos tan aparentemente distanciados como la ingeniería de computadores, que estudia actualmente en la Universidad Politécnica, combinándola con el grado de Lengua y Literatura Españolas en la UNED. Investiga el procesamiento y generación del lenguaje natural con redes de neuronas artificiales. Además, dirige un programa sobre literatura en la Radio del Campus Sur de la UPM.

La presentación de Otras nubes, publicada en la prestigiosa colección Adonáis de la editorial Rialp, fue todo un éxito. Nos invitó a todos los presentes a capturar una a una las nubes que componen el mosaico de su verdad, una verdad que, admitió, solo es posible hallar de forma limpia en su poesía. Cómo no aventurarse a leerlo.

Guillermo Marco firmando ejemplares de su obra en La Casa Encendida

CARACOLA

Igual que en una caracola suena el mar,
si acercas tu oído a mi boca
escucharás las palabras que callo.
olvidarás los nombres propios,
los párrafos marítimos,
los cálidos susurros.
sentirás un fresco chapoteo de palabras.
en la caracola está el mar.
en mi silencio, este libro.

(De Otras nubes)

Presentación de Otras nubes en La Casa Encendida