Porque hasta los peces más pequeños,
que pierden su corazón en el aire,
se alivian con tu lluvia.
En unos tiempos en los que el cuñadismo ha asaltado la Biología y señoros se autoproclaman expertos virólogos, algunas amistades me han recordado que quien sabe de algo rara vez formula sentencias contundentes, rara vez recurre a generalidades sin avisarlas y siempre explica por vocación de comunicar y no de subrayar su superioridad. Andrés París, doctorando en Biociencias Moleculares en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), es uno de estos amigos de los que aprendo que el compromiso con la verdad combina una actitud humilde y el placer de transmitirla. Y para esto último a menudo resulta útil, más que el lenguaje práctico, la analogía o la imagen; porque ellas contienen no solo un esquema sino cómo lo sentimos y cómo lo pensamos. Tal vez por esto la ciencia y la poesía no sean las dos pasiones de París, sino una sola: la pasión de quien mira el lenguaje y la vida desde otro lado (o espejo) y luego regresa para intentar pronunciarlos con los recursos (siempre insuficientes) de ese lenguaje y de esa vida; la pasión de quien tiene algo que decir.
El prólogo que Marina Casado escribe para Como nace el agua (Huerga y Fierro, 2021) avanza algunas de las claves del libro, entre ellas: la influencia de Gilles Deleuze (autor de Rizoma) y la estructura especular del poemario. También las citas de apertura escogidas por el autor (una de Niels Bohr y otra del mismo Deleuze) dan una idea de su poética: escribir poesía es como imaginar una pregunta que no espera nada a cambio, si acaso bordear el territorio de lo inexplicable. Completa este posicionamiento el arranque del primer capítulo (Reflejo) al incidir en cierto relativismo, en el conflicto lectura-escritura, en el acercamiento a la poesía como género de no ficción donde, además, la confianza y expectativa del propio lector resultan decisivas (véase el poema La poesía). Los primeros versos de París revelan ya un hermetismo de influencia surrealista y nos conducen a un territorio íntimo (La isla de) en el que el cuerpo, el tiempo y el agua (río, playa, velero) se acoplan oníricamente para sugerir una suerte de tierra primigenia, aquella de la que parten y a la que regresan todos los caminos.
Las recurrentes imágenes marinas que se hilvanan en una revitalización del tópico vita flumen (la vida como río), al mismo tiempo son escenario de la relación erótica (besos de adarce, bogar más allá de los cuerpos). De esta forma, el encuentro carnal está bañado por el mar (doble origen) y expresa sus movimientos y fusiones recurriendo a la sonoridad: vuelve así la estela curva / del punto suspensivo o Y solo silencio soy. En ocasiones la vista del poeta se desplaza hacia otros motivos naturales (el cielo, la siempre noche) y, a través de esa observación o desde la misma, configura un primer habla (una lengua saudade). En el poema Durante el beso la vista vuelve a descender a los cuerpos, a la aparición de un tú lírico que no abandonará el libro y a una musicalidad particular que París logra eliminando preposiciones y determinantes y, tal y como comenta Casado en el prólogo, empleando sustantivos adjetivados. Este tipo de construcciones nos sorprenderán a lo largo de la lectura: tiempo luto, caricia nube, pétalo esfinge, etc.
Pronto comprobamos que el amor y la muerte son temas centrales de Como nace el agua. El primero, interpretado como origen, como unión y no-número, conecta con el título del anterior poemario de París (Entre el infinito y el cero). El segundo de los temas, la muerte, adquiere relevancia a lo largo de la lectura y comienza casi como una intuición, como una primera conciencia, en el texto Cómo verse: Verse, horizonte, / como desaparecemos algún día. Y justo tras estos versos nos topamos con uno de los mejores poemas del libro, que reproducimos a continuación:
Ser exógeno
I
Hay una lluvia pendiente
por disolver en los ojos
callando silencio y mirada.
Aún no es la imagen suave
de una pluma
que medita su caída,
ala y lágrima
de pétalo esfinge,
corazón, primero de nube,
y de rojo por herir después
el rayo que dio luz
al primer fuego.
Sé dónde me escondes,
por qué un pequeño mar
tiende a las estrellas:
o la noche es de cortina
o mi pecho de farol.
Amarte es remar
con un paraguas,
a veces, cerrado.
No es casualidad que otro de los poemas (Espinosa) esté encabezado por una cita del filósofo racionalista Spinoza. Y es que podemos entroncar a París con el pensamiento panteísta: sus vivencias poetizadas, la naturaleza, el amor y el estudio científico conforman una unidad. Este convencimiento se condensa en un aforismo incluido en el poema: Aquello mayor que cero / es principio de alegría. Ese hermanamiento de todo lo que existe se escancia sobre textos posteriores como Préstame el paisaje, donde el lugar rebasa el concepto geográfico para ser también (y sobre todo) la ausencia, los silencios, el deseo de encuentro y, en definitiva, ese otro mundo que no es nosotros. En línea similar, Suya se desarrolla en clave vital (el ciclo de la vida), pero también como región profunda y escondida, zona de incertidumbre que abre con la siguiente certeza:
Mi vida tiene tres pasos,
media vuelta
y un lugar inaccesible.
(fragmento de Suya)
Uno de los poemas que cierra el primer capítulo del poemario, Mercado, es una larga alegoría en la que se retrata, desde lo cotidiano, la corrosión neoliberal, el comercio injusto / que inaugura con la muerte. En el texto se dan cita la oferta (el contrabando de voluntades), el fin de los recursos (la seca semilla del jardín) y la pobreza (copas melancólicas). También se dan cita Lorca (los siempre cinco de la tarde) y quizás Hemingway (y miras un viejo comiendo / el tiburón que lo tuvo en vilo). Después el poeta regresa al agua, materia transversal, elemento-herencia que da sentido al libro: Porque el agua no se detiene atravesando estados / sino en la débil ocupación de cada cuerpo.
La bisagra de Como nace el agua es un intermedio (Retorno) de cuestiones filosóficas y peces humanizados. El poeta insiste en su concepción cíclica de la existencia, cercana al pensamiento oriental, donde el retorno tendría como objetivo el perfeccionamiento del universo mediante la vuelta al origen, a ese mundo envuelto por fuego: se preguntan por el fuego / como oscuro alrededor.
Por su parte, el tercero de los capítulos (Espejo) completa la estructura simétrica del libro, dialogando con la primera (Reflejo) hasta el punto de proponer segundas partes de sus poemas: Bioquímica II, Ser exógeno II y Los juegos de la sirena II. Poemas como Casa oscura siguen indagando en la representación de la muerte (una casa oscura y fría / para los cuervos / que sobrevivan). Otros textos como Último hombre se extienden entre dos magníficos aforismos, el segundo de los cuales el lector podrá ver impreso en el cruce entre las madrileñas calles de Monforte de Lemos y Puentecesures gracias al proyecto Versos al paso.
Hay cielos grandes o pequeños,
depende de la fe o el planeta.
[…]
La muerte del último hombre
jamás será confirmada.
Hay también un poema (Cuando me llamaba Arturo) protagonizado por un doppelgänger sobre el que reside el secreto que el amor exige. Hay otro (Sobre el mundo) que homenajea al dibujante M.C. Escher: abraza sus mundos imposibles y los yuxtapone creando auténticas imágenes visionarias. El poemario se completa recuperando motivos marinos y amorosos que tienen como destinatario al tú lírico, soldando fin y creación (Muero como nace el agua), regresando a la familia y a la primera infancia (el blanco lúcido de los niños) y abordando la eterna disyuntiva entre vida y literatura (la vida no puede ser un poema). Asimismo, llaman la atención los dos decálogos contenidos en las últimas páginas del libro: Diez besos y Olvida que es un decálogo. Este último consiste en una bella lista de reglas que bien nos valdría como recopilación de propósitos para 2021.