“Trabajos de ser solo hierba”, de Miguel Ángel Curiel

Como un animal recolectando, con su hocico misterioso —y húmedo aún—, los restos naturales de su andadura bajo las órdenes misteriosas del sol; como el íntimo seguidor del profeta del presente que recurre al mismo símbolo —vez tras vez— porque lo inefable se horada con insistencia de monolito; como el vidente que ve crecer la brizna verde me he sentido, mientras leía la elegante, introspectiva y mística poesía de “Trabajos de ser solo hierba” (Los Libros del Mississippi, 2021).

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Si Félix Guattari y Guilles Deleuze profundizaron en las bondades del rizoma del saber escribiendo como una tormenta de raíces —pues solo anárquicamente se puede hablar de la anarquía pura—, Miguel Ángel Curiel nos habla poéticamente de la poesía y, por tanto, nos habla poéticamente de la vida íntima de la voz que pregunta, confunde y serena.

Sin secciones aparentes, el poemario se desarrolla sorprendentemente en una suerte de caudal con afluentes donde todo parece conectar con todo, como el agua une a todos los seres vivos. Tan pronto nos encontramos concisos poemas donde el verso es, a veces, una o media palabra —arroyos que saltar—, tan pronto se abre al lector la ría de una prosa poética tan navegable, tan honda, tan sincera.

Esta idea de continua travesía sin orillas ni tiempos es conseguida, con acierto y solemnemente, a través de un cuerpo central de símbolos que se repiten y recuerdan como la verdad más necesaria: el sol, la hierba, los topos, el pájaro, las flores… A modo de ejemplo, podríamos señalar el poema [Tu] que, íntegramente, resulta ser el comienzo del poema [Sĭwáng, 死亡] —que significa “muerte” en chino— unas hojas más adelante.

El poeta, medio diáfano por el que cruza sin miramientos el verbo, se alza como el traductor de una lengua universal e inalcanzable. Esta visión de la poesía desnuda que supera la frontera de la lengua creada se expresa mediante la utilización recurrente y espontánea de palabras, expresiones y alfabetos de idiomas foráneos como el alemán: “Sonne über den Hügel”; el francés: “[…] pero para respirar por los ojos hay que amar a un enfant de plástico”; el japonés: “lo llamo el alma o tamashii (魂)”… entre muchos otros.

El tono, a veces aforístico, crea una poesía brillante de la definición que bebe del esencial y concentrado arte del haiku nipón. Como perlas de rocío natural, caen las observaciones penetrantes y sin floritura; aparecen los poemas —milagros de orden cósmico— sin ornamento, casi siempre, con una referencia vegetal. La equivalencia entre poesía y flora será una dimensión extendida por todo el poemario.

Este poema es una / flor seca. [Cepo]. Tu poema / es una flor / transplantada / de la memoria / al mañana. [A Antonio Portela]. Esto no es un poema / —une fleur noire de sel—. [A quien ama].

En definitiva, «Trabajos de ser solo hierba» es un canto a la relación entre el poema y el «Yo» , una mísitica revelación que ora expande y eterniza a quien la pratica, que ora empequeñece y tranquiliza a quien comprende que, después de todo, somos un brote joven en el universo que tiene el privilegio de saber que es la poesía.

De ahí surge

un tallo que se dobla.

Un tallo que sale del agua

y se dobla,

si se yergue

será el poema.

[Taller de escritura].