“El palacio de hielo”, de Itziar Mínguez Arnáiz

Tras una serie de sesudas revisiones, como si un libro albergara la potencia de la vida infinita, en 1962 Carlos Bousoño publica —inmarcesible presente— la tercera edición de su célebre obra“Teoría de la expresión poética”. En ella, aparece un capítulo prodigioso, aunque pasado por alto tantas veces, en que se compara y distingue la poesía del chiste.

Según el poeta, si bien el chiste y la poesía comparten muchos de los medios por los que se manifiestan y hacen valer (la ironía, el juego verbal…), la poesía exige que su lector esté no sólo conforme con el autor del mensaje —puesto que: “poesía es comunicación”—, si no con la voz poética que sirve de puente entre ambos. En otras palabras, no puede haber comunicación poética si no hay identificación entre lector, autor y voz; y no puede existir, en definitiva, el fenómeno de la emoción sin un seso conectado que lea.

Con esta clave en mente, y tras releer “El palacio de hielo” (Los Libros del Mississippi, 2022) escrito por la poeta Itziar Mínguez Arnáiz, quedo sopesando, con una triste y genuina sonrisa: la hondura de su palabra, la cruda verdad que pronto olvidaremos como colectivo histórico, el irónico testimonio del único dolor compartido, en tiempo y espacio, con el resto del mundo. Con este sable en el cráneo, confirmo mi identificación plena con la voz y con la autora (en ocasiones la misma entidad); con cada punzada o cuajo de versos, señalo la hoja y veo el puro poema brotar (con el que también río, silencio y medito).

A través de una colección de certezas, en un lenguaje cotidiano y diáfano, sin ataduras ni signos, la poeta nos recuerda el mito vivido, como paisaje de la realidad difusa —casi sueño—, para hablar de la verdad y lo importante: las personas, el tiempo, la propia poesía, el horror… concentrando la esencia de la emoción en el silencio que sigue a cada breve poema y su lectura.

En las raíces de poemario, cabe mentar la noción de “nosotros” (vecinos, amigos y familiares), que aparece sobrevolando —en la evidente distancia social— la obra. Ahora que la unión es inevitable, la voz practica la introspección desde la comunidad de la que forma parte.

Hay verbos / que piensas / que nunca / vas a tener / que conjugar / hasta que empiezas / a conjugarlos / en primera persona / del plural. [Confinar]. Llueve serenamente / sobre nosotros / como si lloviera / para nadie. [Exterior. Calle. Día]. Porque la primera persona del singular / es imposible usarla desde que todos somos / los protagonistas de una misma trama / que no sabemos cómo ni cuándo va a terminar. [Agenda 2020]. Quiénes seremos / cuando todo vuelva / a la normalidad. [Casilla de salida.].

También aparece la reflexión sobre “el día”, que cae como ficha de dominó en un desierto, el “tiempo” y su monotonía cuando solo era posible desear el futuro y rememorar el pasado.

Cada día que pasa / es / lo que pudo haber sido. [Eventos cancelados]. Hoy mataría / por no ver morir otro día más / desde mi balcón. [Por fin es viernes]. ¿Quién puede decir / mañana / sin temor a equivocarse? [El hombre del tiempo].

Por supuesto, y en relación al primer comentario, como elemento destacable, es innegable el valor humorístico de la obra. A través del ingenio, la ironía y la mordedura, se repasan acontecimientos de la cultura y clase política del momento; anécdotas compartidas y vinculantes con las que cualquier lector podrá sentirse en sintonía desde la ternura y la esperanza.

El mundo / en jaque / y mi madre / haciendo torrijas / para un batallón. [La vida sigue]. Cuando lo más positivo / es dar negativo. [Paradojas en tiempos de pandemia]. Ni salud / ni República / sólo Corona / y virus [14 de abril].

Mención curiosa merecen dos ejemplos de juego que se establecen entre partes dispares del poemario, como vecinos de dos balcones separados. Si la poeta amenaza primero con los versos:

Como esto / se alargue / voy a acabar / escribiendo un soneto / y no quiero. [Amenaza],

más adelante se responde, previa disculpa, con [Soneto de las dos Españas] en el epílogo. Si el poema [Emily 2.0 // Asunto: Cuarentena] pregunta primero, [Re: Asunto Cuarentena] responde con sorna unas páginas más adelante.

Mas como asegura la autora en su nota —y lo comparto—: “No es un libro estrictamente sobre el confinamiento ni sobre la pandemia. La mayoría de los poemas hablan de las pequeñas emociones, los miedos y la incertidumbre que creo compartir con mis coetáneos y que me une indefectiblemente a ellos”. En efecto, este es un libro efímero y universal —testigo de su tiempo— que hila puentes de generación y remembranza entre lo que hay “dentro” y lo que hay “fuera”; un libro auténtico y de honda sinceridad que nos acerca la poesía de lo obvio; la poesía que, como una elegante ecuación matemática, siempre estuvo ahí para ser descubierta, incluso, en un pliegue de papel higiénico.

[Estado de alarma]

A las ocho en punto

de la tarde

salimos al balcón

y aplaudimos

por no llorar

“Trabajos de ser solo hierba”, de Miguel Ángel Curiel

Como un animal recolectando, con su hocico misterioso —y húmedo aún—, los restos naturales de su andadura bajo las órdenes misteriosas del sol; como el íntimo seguidor del profeta del presente que recurre al mismo símbolo —vez tras vez— porque lo inefable se horada con insistencia de monolito; como el vidente que ve crecer la brizna verde me he sentido, mientras leía la elegante, introspectiva y mística poesía de “Trabajos de ser solo hierba” (Los Libros del Mississippi, 2021).

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Si Félix Guattari y Guilles Deleuze profundizaron en las bondades del rizoma del saber escribiendo como una tormenta de raíces —pues solo anárquicamente se puede hablar de la anarquía pura—, Miguel Ángel Curiel nos habla poéticamente de la poesía y, por tanto, nos habla poéticamente de la vida íntima de la voz que pregunta, confunde y serena.

Sin secciones aparentes, el poemario se desarrolla sorprendentemente en una suerte de caudal con afluentes donde todo parece conectar con todo, como el agua une a todos los seres vivos. Tan pronto nos encontramos concisos poemas donde el verso es, a veces, una o media palabra —arroyos que saltar—, tan pronto se abre al lector la ría de una prosa poética tan navegable, tan honda, tan sincera.

Esta idea de continua travesía sin orillas ni tiempos es conseguida, con acierto y solemnemente, a través de un cuerpo central de símbolos que se repiten y recuerdan como la verdad más necesaria: el sol, la hierba, los topos, el pájaro, las flores… A modo de ejemplo, podríamos señalar el poema [Tu] que, íntegramente, resulta ser el comienzo del poema [Sĭwáng, 死亡] —que significa “muerte” en chino— unas hojas más adelante.

El poeta, medio diáfano por el que cruza sin miramientos el verbo, se alza como el traductor de una lengua universal e inalcanzable. Esta visión de la poesía desnuda que supera la frontera de la lengua creada se expresa mediante la utilización recurrente y espontánea de palabras, expresiones y alfabetos de idiomas foráneos como el alemán: “Sonne über den Hügel”; el francés: “[…] pero para respirar por los ojos hay que amar a un enfant de plástico”; el japonés: “lo llamo el alma o tamashii (魂)”… entre muchos otros.

El tono, a veces aforístico, crea una poesía brillante de la definición que bebe del esencial y concentrado arte del haiku nipón. Como perlas de rocío natural, caen las observaciones penetrantes y sin floritura; aparecen los poemas —milagros de orden cósmico— sin ornamento, casi siempre, con una referencia vegetal. La equivalencia entre poesía y flora será una dimensión extendida por todo el poemario.

Este poema es una / flor seca. [Cepo]. Tu poema / es una flor / transplantada / de la memoria / al mañana. [A Antonio Portela]. Esto no es un poema / —une fleur noire de sel—. [A quien ama].

En definitiva, «Trabajos de ser solo hierba» es un canto a la relación entre el poema y el «Yo» , una mísitica revelación que ora expande y eterniza a quien la pratica, que ora empequeñece y tranquiliza a quien comprende que, después de todo, somos un brote joven en el universo que tiene el privilegio de saber que es la poesía.

De ahí surge

un tallo que se dobla.

Un tallo que sale del agua

y se dobla,

si se yergue

será el poema.

[Taller de escritura].

Escrito en la nieve: «Este mar al final de los espejos» de Marina Casado

Portada de Este mar al final de los espejos Premio Carmen Conde de Poesía 2020 por Marina Casado.

Uno tiene derecho a inquietarse cuando se presentan la tendencia y el estudio como dogmas, cuando hay floritura y circunloquio en cada bocanada crítica y reiterada hasta la exasperación; mas también puede suceder que este circunspecto ejercicio de análisis sea el mejor camino para describir lo verdadero e inapelable: Marina Casado, autora de la presente magna maravilla, tríptico de tres ventanas espejadas, es una promesa de la poesía española y, por qué no, madrileña. Por suerte, —la mía— con el merecido XXXVII Premio «Carmen Conde» de Poesía de Mujeres, no solo yo parezco estar convencido de ello y mi voz no quedará silenciada bajo un sesgo por todos conocido.

Este mar al final de los espejos, publicado por la editorial Torremozas, es el paso siguiente —quizá el definitivo— que convierte a nuestra autora en la “poeta futura” a quien Luis Cernuda dirigió su verbo en su etapa más introspectiva. Admiradora confesa del alma de Ocnos —y de otros nombres de la Generación del 27— Marina parece adentrarse en este mar de olas ora plácidas, ora procelosas: la memoria, a través de un sendero de tres espejos que conecta hondamente con la prosa cernudiana. Con la suficiente inquietud, mas no con gran esfuerzo, uno puede entrever las diferencias y paralelismos entre la obra que nos atañe y “Escrito en el agua”, texto fundamental de Cernuda y esqueleto de la presente tesis.

Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. […] Pero terminó la niñez y caí en el mundo.

Luis Cernuda. Escrito en el agua. Ocnos.

Así, introduciendo el primer espejo o “El hueco”, con el poema “Cernuda y las flores”, la poeta nos da pista y se pregunta por “el enigma de aquello que cambió sin percatarme”, por el cambio imperceptible que fina abrupta y estentóreamente con el fin de la infancia, la inocencia; con la erupción de los males ocultos del mundo: las ausencias. El hilo de luz, el recuerdo que aún pervive, es la constante nostalgia que recorre la sangre de los peces de este océano poético que comparte Marina con el poeta de la calle Aire. “Siento en mi mano todavía/ la sombra de su mano,/ regalándome, como entonces,/ toda la luz” se puede leer en el poema “Toda la luz”. “Por eso ahora, solo ahora, podríamos saber/ que somos en el fondo y desde las entrañas/ adolescentes muertos” termina el poema “Así es como se mueren los adolescentes”. En esta línea, rodando último por este primer espejo, el verano cuyas sensaciones se consumen en el oropel de polvo o baúl de lo vivo lejano. Y advierte la poeta “ya el recuerdo se aleja en sus dos ruedas,/ llevándose consigo aquel otro calor/ que no volvió después del último verano” en el poema “Las bicicletas son para el verano”.

Ya en el segundo espejo o “La herida” todavía se atisba, al comienzo, como ceniza del incendio anterior, este anhelo de recuperar la unidad íntima del primer pasado. En “El baile de los decapitados” podemos leer: “Si ahora regresaras al País de las Maravillas encontrarías que todo está allí marchito. Sus habitantes no resistieron el invierno que sobrevino al final de tu adolescencia.”. Como tejas imbricadas o naipes en una mano, las secciones de este libro no son estancas, se influyen unas a otras. Como si del objeto real se tratase, los espejos reflejan y funden, en todos los espacios, los misterios y sensaciones de la voz lírica.

[…] Entonces me poseía el delirio del amor […] Si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poesía la eternidad en mi espíritu, ¿qué me importaba lo demás?

Luis Cernuda. Escrito en el agua. Ocnos.

Pero hay una esperanza que, después de brillar, se mantiene en el cielo: el amor. Marina, al igual que Cernuda, deja espacio al logro de la inmortalidad momentánea a través de la evasión amorosa como razón con que cubrir el hueco, aún humeante, entre los huesos. “Hay que desenroscar este silencio/ y hacerlo melodía, sangre de páginas, timón./ Hay que pintar el hueco de algas entintadas, de colores cambiantes.” se lee en “Invitación al Triángulo de las Bermudas” que enlaza perfectamente con el siguiente poema, “Para escapar a no importa dónde”: “Este traje vacío, en fin, mi vida hueca,/ son las certeras servidumbres que te otorgo para escapar a no importa dónde.”, último texto de esta segunda sección y que sirve de puente colgante hacia la tercera.

La poesía es para mí estar junto a quien amo.

Luis Cernuda.

Luis Cernuda: Ocnos. The Dolphin press, 1942. | Cernuda, Escrito en el  agua, Escritores escriben
Portada de Ocnos por Luis Cernuda.

No es casual que la autora elija la cita anterior como subtítulo del ulterior espejo o “La poesía”, pues la inquietud y cavilación sobre el significado de la voluntad amorosa, que ha ido despuntando como brotes a lo largo de la sección anterior, ahora, tras esta puerta y con esta llave, florece con un esplendor primaveral. No puedo, por más que anule obviedad y pudor, sentir bullir el rubor por las mejillas cuando reconozco el tiempo, espacio y detalles que rodean a cada composición, como el ser verdaderamente privilegiado que soy.  La poeta rememora, porque la ausencia es un sujeto físico que atenaza, ase y no aleja: “He invadido los bosques de tu ausencia/solo por un instante”, mas concluye victoriosa: Mi voz es alta y soñolienta igual que las espigas/ y te grita en silencio” en el poema “Los gritos caídos”. Bajo el yugo del espacio vacuo, Marina contrapone el anhelo de fuga anterior con el esplendor de descubrirse, en el presente, con el ser amado, en otro lugar más dichoso. “Dime que el tiempo es uno y nosotros, un mundo;/ despiértameLas quimeras oníricas han desaparecido y, en su lugar, se elevan los concretos espacios, las urbes, con nombre y apellidos, que la poeta transita y parece explorar, por vez primera acompañada, como si la imagen llegara tras una ceguera letárgica cuyos ojos solo el amor pudiera iluminar. La ciudad de Madrid se dibuja, sin límites espaciales y temporales, como la esencia de la historia misma, en el poema “Madrid”: “He escuchado la risa de Madrid/ espontánea y desnuda/ como una greguería/ de Gómez de la Serna.» Los corazones de Granada laten en el poema “Paseo de los tristes”: “La vida termina/ al borde de tu boca.”. Y la ciudad de Roma tiene el regusto del estío que creíamos haber abandonado, de forma pesimista, en la frontera de las olas reflectantes. Roma tiene y contiene esperanza en el poema “Ya no hay gatos en Roma”: “El amor en los labios, una canción de Battiato/ que no llenaba la soledad de aquel paisaje”.

Yo no existo ni aun ahora, que como una sombra me arrastro entre el delirio de sombras, respirando estas palabras desalentadas, testimonio (¿de quién y para quién?) absurdo de mi existencia.

Luis Cernuda. Escrito en el agua. Ocnos.

Y he aquí la bifurcación y el valor de la poeta. Si Luis Cernuda terminaba su “Escrito en el agua” descendiendo a la sombra entre las sombras, tras entender que del árbol enamorado solo hojas secas podría ver morir; entonces, Marina, con su poema “Legado”, como voz entre las voces, se hace escuchar y comprende, solemnemente, que: “somos todos los muertos/ que nos amaron”, que hay vacíos, es verdad, pero también huellas indelebles que el amor propicia. La poeta de Este mar al final de los espejos alcanza la cresta de la marea y escribe sobre la nieve, que sigue siendo agua, pero más cuajada y menos efímera; para dejar su palabra donde el verbo aún permanece, un instante más, y madura.

Nueva Casa de colores

¿Qué necesitaba para renovar los votos y emociones que solo las primeras veces declamando poesía dan a un cuerpo cuando a veces la rutina se hace masa en tu frente? En mi caso, fue el sentido de pertenencia a un lugar concreto, mi tierra de culturas, San Cristóbal de los Ángeles; y a sus vecinos.

Andrés París, Julia L. Arnaiz, Marina Casado, Alberto Guirao y Eric Sanabria en la fachada de Casa San Cristóbal.

El pasado 14 de junio por la tarde, entre las actividades que oferta la biblioteca (Casa San Cristóbal) de este barrio sureño y madrileño, nos dieron la oportunidad de participar como grupo poético en el evento “Letras al límite. Jornadas de lectura y periferia” organizado por Isabel Rey. Poco antes, OMC radio, que siempre al pie del cañón pregunta para hacer visible y sonoro el distrito olvidado de Villaverde, nos entrevistó mientras la gente ocupaba la primera fila de asientos, quizá sin saber muy bien lo que iba a presenciar.

Sobre el escenario, cerca de amable y contagiosa risa de niño sobre columpios impulsados por el céfiro que poco a poco se levantaba, Marina Casado, Eric Sanabria, Julia L. Arnaiz, Alberto Guirao y Andrés París, servidor; alternamos poemas de nuestra antología con otros inéditos estableciendo una genuina complicidad con un público, en su mayoría, muy joven (hecho que me hizo profundamente feliz).

Mis compañeros poetas, que no conocían estos lares, quedaron impregnados de su autenticidad, su candor, incluso, de su apariencia estival de pueblo costero, como algunos me comentaron.

La acogida no pudo ser mejor y nos fuimos con la seguridad de volver a la sombra de cigüeña entre puentes de color que es San Cristóbal de los Ángeles.

Recuerdo de uva y queso

Cuando desaparece el yugo de la hora en que desalojar la sala, pueden brotar las sensaciones más felices de nuestro cuerpo; también, como es el caso, recordándolas. La casa madrileña de la editorial Huerga y Fierro tiene esta propiedad emergente: ofrecer uvas, queso y una masa tierna de dulce a quien disfrutamos alargando la conversación, a fuego lento hasta la noche, en la fragua de la literatura, con tantos libros y herraduras, armas, en los anaqueles de alrededor.

Andrés París y Marina Casado en la sede madrileña de Huerga y Fierro.

Semanas antes, habíamos asistido a la presentación del libro De las horas sin sol de la autora Marina Casado, que ahora en mi memoria firma a los interesados sucedidos en una cola expectante. La convención de los minutos poéticos no se alargó en exceso y a las ocho, con el despeje del brumoso cielo, una treintena de personas colocaban sillas y móviles por encima de sus cabezas como un cáliz para un mejor encuadre. Sobre la tarima, tras la sincera introducción del editor Antonio Huerga y las palabras del prologuista, servidor; la autora leyó algunos poemas intercambiando con el público impresiones sobre la gestación particular de cada uno.

Había leído muchas veces aquellos poemas, nunca demasiadas, y esperaba que la voz mejor conocedora de aquellas líneas, imprimiendo ritmo y melodía, les diera un nuevo nivel de sensación. Así fue. Frotaba mis manos cuando entraba súbitamente el aire en mis pulmones compactos al ver que la lírica existe y es. “Ya no se escribe líricamente. Hemos dejado paso a la narración poética”, comentaba Marina en el coloquio abierto con el público. Al final, la evolución en la obra de la autora hacia derroteros de mayor conmoción fue una de las cosas más repetidas que los firmados compartían con la firmante. Esta esencia es perfume y verdadera.

Dentro de las infinitas formas de comer uvas con queso, hacerlo rodeado de tan plácida compañía, varios bardos inclusive, resulta que es de ahora en adelante mi favorita. Me quedo con el espíritu de la contradicción que amo, la isla con un arpita aurívora en el centro que mana de la nada rodeada de lo mismo.

Foto de familia