a cualquier nombre propio llaman identidad
Adentrarse en ex vivo (2020, Ya lo dijo Casimiro Parker) supone un movimiento pendular entre la búsqueda de una identidad y el homenaje, entre la herencia y la reconstrucción, entre la exploración de los silencios y la reivindicación, entre perderse-encontrarse en la enfermedad y reclamar la locura como una forma de disidencia. Coordenadas especulares, estas, que se fijan parcialmente en las definiciones que abren el libro y que estudian el reflejo distorsionado de la voz que lo atraviesa, también del cuerpo al que el libro da volumen: una fiel caricatura, el origen de toda extrañeza. Así el lenguaje trae sus dualidades, mecer o merecer, tras las que se esconden o sobre las que se sostienen orígenes que revisar, cargas familiares y sociales, mitologías personales que cíclicamente regresan.
Gallardo plantea una dialéctica acción-palabra-cuerpo que dota de sentido a la carne, da volumen al lenguaje y abre una dimensión espiritual en la que enfrentar la realidad y la propia ficción, lanzar cuerpo y palabra contra vuestra / ofensa; una apuesta que recuerda por momentos a la experiencia radical de los místicos.
En la primera parte del libro (extracción) asistimos a la fragmentación de la identidad: no sentía que fuera yo la propia causa o la consecuencia de mi afecto o afección / en alemán si eres víctima eres al mismo tiempo sacrificio. La fragmentación viene con la fiebre y atomiza sensaciones, causas y afectos; rompe la unidad, pero también ofrece materiales para la construcción de otra siempre provisional mediante la práctica de la escritura, el ejercicio vocacional y/o necesario (tal vez desesperado) del testimonio, del despliegue del verso como puente hacia esa identidad: una unidad distinta, una unidad mejor. Aquí el lenguaje lírico se asume como casa, un nuevo decir-decirse que pasa por la desestructuración sintáctica, por el hallazgo del verso que se completa en los siguientes, por la palabra inútil, en vida salvaje, nacida en silencio: besaré palabra buscaré poema donde creí que había poemas y sonaré persona.
Esta escritura sucede en los márgenes de una enfermedad que es a su vez límite para la escritura, que funciona como incierto paréntesis que nunca se cierra, como amenaza que despoja a la palabra de significado, reduciéndola a pista. De este modo, ante la enfermedad, la escritura es resistencia, testimonio veloz, intempestivo y apresurado, previo al regreso del borrado (la enfermedad), antes de que llegue la siega.
A mitad de esta primera parte damos con un poema iluminador que habla de los síntomas (una concepción amplia del síntoma que incluye la raíz existencial de la enfermedad), del dolor como viaje-amanecer, más allá de la psiquiatrización y del lenguaje institucionalizado. La perspectiva de Gallardo se nos revela lúcida: la certeza de la humanidad como un herido grave, la constatación de una providencia que nos sobrevuela.
mi diagnóstico tiene el mismo tamaño que un tragaluz
yo tenía la mejor carta de la baraja:
estaba a punto de cambiar la medicación
por la cornisa
el atasco de grises
por frutos muy rojos, arrojos, desluces
Las palaras que nombraron mi desgaste
absorbieron los sollozos, esbozaron una puerta de entrada
un estridente camino a la galería
esas palabras sucedieron a las noches
días de compras demasiado
días de miradores a los que te asomas demasiado
pero por fin yo estaba abierta al sol
me desprendí
Las palabras que dijeron quién era me dejaron impasible
Y todos los días somnolientos
Pasaron por ser rito y se convierten en piedras
Pero eso fue mucho después del inicio.
Antes de bajar la mirada por fin a lo más obsceno, me dio por escribir
—pensaba que estaba bien.
Y creí ver una sencilla afirmación en el mundo:
«Todos estamos bajo la lupa de la psiquiatría»
es la forma elegante de decir que todos padecemos locura,
pero también que
casi nadie está
bajo su propia providencia.
La temporalidad es otro de los asuntos del poemario; en concreto, la ruptura de la linealidad y las regresiones biográficas que encuentran en Berlín un escenario recurrente (pensemos en el anterior libro de la autora: Berlín no se acaba en un círculo, 2014), una ciudad que es más que una vuelta al pasado; es un regreso al destino, una manera de reencontrarse en los nombres y de detenerse en las manos viejas. A lo largo de los poemas se dan cita las supervivencias, las infinitas máscaras, las deudas pasadas y futuras y los ecos de lo que una vez se quiso ser, de lo que quizás se fue y ya solo es recuerdo, es decir, compromiso con la propia identidad: Sabe, de algún modo, que contar la historia del antes y del después da / lugar a un vínculo entre quien fui y / la máscara que ahora ostento. El relato propio no puede ser lineal porque lo construyen el cuerpo y el pensamiento; ¿cómo va a ser lineal si lo dibujan el abismo y la desorientación?
En el apartado Viaje en cuatro actos (un desprendimiento) Gallardo regresa al desajuste entre el yo-significante y el yo-significado, expuesto como descomposición de la palabra, palabra que es extrañeza propia: cómo era su forma así era yo al pronunciarlas. Y de nuevo irrumpe la enfermedad con su desarraigo del mundo y sobre todo del lenguaje que apuntala esa realidad. El re-aprendizaje resulta doloroso porque está manchado por la pérdida y por la amenaza de un nuevo olvido, la conciencia de la fragilidad, de lo bello y absurdo que resulta la lucha por significar. Los peor no es la pérdida, sino el borrado en sí mismo, el olvido en sí mismo: Cada vía lleva a un lugar que todavía no conozco y yo sigo en medio.
La segunda parte del libro, Organismo, abre con un poema por etapas-paradas, Estación sur, que revitaliza el tópico homo viator a bordo de un autobús: a través de sus ventanas contemplamos un arbolito en medio de un enigma como metáfora de la desorientada voz lírica, cuya crisis es una de las paradas inanunciadas de la vida y cuyo punto de partida (la Estación Sur de Madrid) es también el invierno.
Se bordea el silencio / para narrarlo todo; comienza otro de los poemas de Gallardo, para quien la inefabilidad es condición del relato, una historia de realidades evocadas para las que casi no hay palabras, solo, tal vez, una sensación de familiaridad. Esta idea de hogar tiene continuidad en el texto No sé construir una casa, recuperado de marzo de 2014; otra ruptura de la cronología, del relato fragmentario y cíclico. Pienso que una conciencia generacional, una narración de lo colectivo, circula bajo este poema, donde se sugieren los proyectos interinos, la celeridad vital y las mudanzas. Es por ello, por la insuficiencia de la realidad material, que La idea de una casa se me enquista y que la palabra y el cuerpo (puede que también la locura) son el único hogar. A este respecto, copiamos el siguiente poema:
Podía tomarme mis palabras como presagios
o como simples elecciones estéticas.
Sin embargo, ya incubaba
la marca familiar
antes de saber de mi catástrofe
supe que no podía ya cuidar del animal doméstico:
parecía no cambiar de hábitos
pero me esquivaba cuando nos cruzábamos por casa.
Ignoraba hasta qué punto era de mí misma
de quien huía.
cuando mi grito
me miró directamente a los ojos
supe lo que significaba estigma
supe lo que significaba esto que trato de contar contándome
la huella es el animal
—la única familia—
la huella es el lenguaje sin lengua
el animal es el único
de entre todos los idiomas
que sabe quién eres.
Se desprende de este texto una idea de la domesticación y de la herencia como cargas contra las que rebelarse. Como ocurre con otros temas de ex vivo, el tratamiento de las relaciones familiares conlleva la complejidad y profundidad que se le presupone a la buena literatura: Gallardo homenajea a las mujeres de su familia, víctimas también de ese proceso de enloquecimiento, de la acción-denominación inventada para someter; por otro lado, estas figuras femeninas (en especial, la madre) son portadoras de la herencia, actoras primeras de la transmisión. Debido a esto, la relación materno-filial es un denso entramado de deudas, justicias, libertades individuales y moral familiar; esto es, toda una educación sentimental en la que bucear: cómo definir la culpa / la culpa primera / si viene del pezón rosado / del que mamas.
En poemas posteriores localizamos símbolos que desquebrajan el relato oficial: el niño gritando al mar, la grieta a través de la cual se cuelan la luz y la palabra; o ese símbolo habitual que son las propias manos y que me recuerda estos versos de Antonio Gamoneda: Lo escribí yo con estas mismas manos / pero no lo escribí con la misma conciencia. Pues bien, en Gallardo ni la conciencia es la misma ni las manos son, por lo tanto, las mismas; el recuerdo de las manos jóvenes es al mismo tiempo testimonio de una conciencia extraviada. Esta observación supone, por otra parte, una visión cenital (extracorpórea) donde coinciden los siguientes términos: la asunción de la otredad, la extrañeza y necesidad de crear una épica personal (poder observar, siendo otra, la batalla que libro).
La teoría de la prole aparece como un texto combativo en el que la huella se contrapone al silencio, no con pretensión de perpetuarse, sino como el breve son que denuncia la injusticia para luego desaparecer, igual que ese Solo quiero ponerme de puntillas: movimiento efímero, pero gesto profundamente reivindicativo, una insurrección. Del mismo modo, podemos ver en el poema Curadme un alegato contra la psiquiatrización e, inevitablemente, también un canto contra el neoliberalismo y contra aquellos agentes institucionales empeñados en ejercer tutelas, en infantilizar. De hecho, para Gallardo esa locura en ocasiones se revela como momento de lucidez, un despertar existencial en medio de la madrugada. Así lo encontramos en el poema 4.48: he pensado muchas veces en la muerte: / no como sacrificio, sino como acto de lucidez.
Termina insistiendo el libro en el lenguaje como frontera y falla, residencia de la identidad, perseguida por la culpa y por el estigma de la enfermedad; también retomando la idea de hogar, lugar en el que habitar y escribir igual que se habita y escribe en el dolor, así en el dolor-herida como en la palabra (solo en la herida / hay palabra). Y, por último, Gallardo vuelve a sentir la urgencia de manifestar: denuncia y relato de la propia historia, una petición de asilo, una forma de salvar los símbolos, de creer en la ilusión de lo cíclico, de salir del invierno y hacerse al fin primavera.