no hay nada más hermoso
que ser frágil
en un mundo infinito.

Que una lectura comience con la palabra “Imaginemos” es una buena señal porque está invitando a un ejercicio colectivo y también porque nos recuerda la condición de fingidor del poeta y esa suerte de préstamo que constituye toda escritura. Rivero subraya esto último con una cita de Si Kongtu: “Todas las formas prestadas son absurdas”. Así el lema del libro bien podría estar contenido en estas palabras de su autor: “abrir el lenguaje, el cuerpo y la memoria al tacto breve y súbito de la imaginación”.

Rivero 1

En “Las hogueras azules” la poesía es un acto de fe: creer en lo cotidiano para rodear el territorio de lo inefable, pausar el momento de la respiración para recibir la presencia del mundo. Los primeros poemas son breves y contundentes e invitan a un silencio reflexivo que entronca el poemario con la mejor tradición poética oriental, aquella que guarda un hondo fondo metafísico detrás de una expresión aparentemente sencilla. La meditación es el método y el conocimiento consiste en intuir la propia ignorancia ( “Otoño. Amo”). Se suceden poemas efímeros de gran plasticidad, contenidos movimientos y contrastes de color y forma (“Ceden las hojas,”), poemas que buscan a menudo la disolución de la conciencia en la naturaleza, donde luz y agua iluminan igual e igualmente arrastran la imperfección limando el espíritu (“Con lentitud”). Igual que en la poesía de Basho, en la de Rivero se intuye un viaje, aunque en su caso es más bien el mundo el que se desplaza alrededor del observador.

Otoño. Amo
la claridad,
la tarde extensa,
el primer frío.

Bajo el cielo hay mil pájaros
cuyo nombre no sé.

Paradógicamente, es probable que el lector se detenga más tiempo en aquellas composiciones cortísimas (“Aún sigo aquí”, por ejemplo), en las que la ambigüedad le da el relevo al lector porque en ellas todo es insinuación de una belleza sutil e intuitiva (“Tabula rasa”). Así ocurre en la mayoría de poemas del capítulo “Primavera y verano” (“Brusca blancura”, por ejemplo), una parte que cierra con estos versos maravillosos: “si el espacio es un músculo / que jamás se destensa / y hemos sido felices / mientras se extinguía todo; / bajo una sombra u otra, / separados o no”.

Brusca blancura
de las casas del pueblo.

De las grietas más hondas
brotan los árboles.

La tercera parte del libro (“Haibun”) consta de varias prosas que desarrollan una suerte de origen de la poética de Rivero; mientras que el epígrafe cuarto (“Poemas para ser pintados”) invita a leer el que seguramente sea uno de los mejores textos del libro: “Poemas para un biombo sobre la tristeza”, que contiene algunos versos geniales como estos: “Raras veces el tiempo / se ha dejado tocar el corazón. / / Somos la mano que intenta tocarlo”. Y ya casi al final del poemario encontramos otro conjunto de poemas (“Poemas para una fuente”) que abordan la relación con el lenguaje, un tema transversal en el libro, junto con la literatura. La voz lírica se ha aproximado al término de la lengua, allí donde la poesía acomete una investigación que bien puede extraviarla en meras recreaciones (“se desvía del camino, avanza y da / con la pared de la simulación”) o revivir al calor de una cabaña, consumirse lentamente en sus hogueras azules para más tarde resurgir con una voz nueva y propia.

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